¡No veo! ¡No veo! ¡Ayuda!

Una vez más, como todo lunes, el profesor se dedicaba a escribir de esas fórmulas interminables, asquerosas pasadas a trigonometría, y por sobretodo a física.
Una vez más intentaba concentrarme, preguntándole a ratos a niño Sebastián, que tuvo la desgracia de sentarse al lado mío; cuando no entendía algo.
Fue entonces cuando, la oscuridad invadió la sala. No encontré mejor cosa que pensar "¡Ya me quedé dormida de nuevo!" para luego darme cuenta de que se había cortado la luz, y por efecto de las nuevas persianas todo estaba más oscuro que de costumbre.
El profesor intentó continuar con la clase, a lo que me puse a gritar ¡No veo! ¡No veo! Unos niños voltearon a mirarme y reirse de mí. El profesor caminó hasta el fondo de la sala para comprobar que de todas formas se veía la pizarra, luego de experimentar con los interruptores buscando uno que llevara al generador (o "la máquina"), y luego dedicarse a preguntarnos si sabíamos cuanto nos costaba una clase como ésa.

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